Era difícil que no me gustara este debut de
Cano. Porque lo publicaba Candaya, porque venía recomendada por escritores que
me gustan mucho como Javier Gutiérrez o Miguel Ángel Hernández, porque el
escritor tiene mi edad y su relato tiene algo de generacional y, sobre todo,
porque no tiene una estructura al uso. De hecho, la novela son tres historias
entrecruzadas, una de mis estructuras favoritas (supongo que por influencia,
entre otros, del guionista Guillermo Arriaga). Cada historia es radicalmente diferente
a las otras, lo que convierte la lectura en un viaje ágil y variado por sus
páginas. La primera historia, y la mejor de las tres, cuenta los años de
formación de un grupo de adolescentes en un colegio de pago. Está escrita con
mucha limpieza, con metáforas geniales que remiten al mundo adolescente y con
un ritmo muy poético. Pero poesía a lo Bukovsky o a lo Carver, sin lirismos
melifluos. La segunda, es una historia de amor contada exclusivamente con
fragmentos de conversaciones de whatsapp: errores de escritura, sobrentendidos,
malinterpretaciones, elipsis. La tercera es una historia narrada de forma
objetiva donde vemos en qué mundo aburrido y previsible y frustrado han
desembocado (y qué somos capaces hacer para conseguir al fin) los sueños de la
niñez. Tres relatos: la infancia, la juventud y la madurez de un grupo de
compañeros que, por edad, bien podría ser el mío, pues la música, las modas y
las ilusiones que los acompañan durante toda la novela fueron también las mías.
Una propuesta diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario